En este capítulo vamos a preguntarnos qué podemos hacer para que la
ciencia y la tecnología contribuyan a la paz en una medida mayor de lo que ya
lo hacen y fomenten la violencia en la menor medida posible. Pero lo primero
que necesitamos para ello es recordar que vamos a entender las palabras «paz»
y «violencia» en los amplios sentidos en que han sido introducidas en capítulos
anteriores de este manual. En particular, no vamos a concebir la violencia
únicamente en términos de violencia física directa ni, menos aún, la vamos a
reducir a su forma más virulenta, la guerra. Tampoco vamos a identificar la
paz con la mera ausencia de guerra. En consonancia con otros capítulos,
entenderemos por violencia todo aquello que, siendo evitable, obstaculiza el
desarrollo de las potencialidades deseables de los seres humanos y nos referiremos
a la paz como aquellos procesos que contribuyen a la satisfacción de
las necesidades humanas en condiciones de equidad (lo que significa reconocer
el derecho de todos los seres humanos a la satisfacción de, al menos, sus
necesidades básicas) y sostenibilidad (con lo que recogemos el derecho de las
generaciones futuras a no ver imposibilitada la satisfacción de sus necesidades
como consecuencia de nuestras actividades). [
V. I. La Paz] Estas opciones
diferencian el contenido de este capítulo de las formas más tradicionales de
abordar la relación entre la ciencia y la tecnología, por un lado, y la paz y la
violencia, por otro. Pues tradicionalmente estas cuestiones solían detenerse en
el estudio de la contribución de la tecnociencia a la producción de armamentos.
Sobre este punto se ocupa otro capítulo de este manual. [
V. XI. Ciencia,
tecnología y militarismo]
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
122 123
sa, y mucho, la posible contribución de la ciencia y la tecnología tanto a la
violencia como a la paz, y no sólo por los conocidos vínculos entre la tecnociencia
y el militarismo. La ciencia y la tecnología están ciertamente presentes
en muchos de los principales conflictos contemporáneos, pero también es
cierto que pueden actuar como elementos de transformación pacífica de muchos
conflictos sociales. Ello exige repensar el papel de la ciencia y la tecnología
en este contexto. [V. VI. Qué son los conflictos]
2. Las tecnologías: ¿buenas, malas, neutrales...?
Ahora bien: ¿qué papel desempeñan la ciencia y la tecnología en esos
conflictos? ¿Son su causa o su mejor perspectiva de solución? ¿O son meramente
un factor neutral con respecto a ellos?
Algunos han tendido a ver en la ciencia y la tecnología la panacea universal
para los males de la Humanidad. Esa creencia aparece reflejada en algunos
textos del género utópico, desde la Nueva Atlántida de Francis Bacon, una
utopía renacentista donde se defiende el patrocinio estatal de la investigación
científica, hasta el Walden Dos de B.F. Skinner, que aboga, ya en el siglo
XX, por la aplicación de los principios del neoconductismo psicológico a la
LA NO-NEUTRALIDAD DE LAS TECNOLOGÍAS:
LA FÁBRICA DE SEGADORAS DE McCORMICK
A mediados de 1880 se agregó a la fundición de máquinas moldeadoras neumáticas de
McCormick, situada en Chicago, una innovación de eficiencia no comprobada, a un coste no
despreciable para la época. La interpretación usual es que esta medida se adoptó para
modernizar la planta y conseguir una mayor eficiencia. Sin embargo, el cambio coincidió con
un enfrentamiento entre el empresario McCormick y el sindicato metalúrgico. Las nuevas
máquinas, manejadas por obreros no cualificados, produjeron fundiciones de inferior calidad,
a un coste más alto que las anteriores a la innovación introducida. Después de tres años de
uso las máquinas fueron abandonadas, pero para entonces ya habían cumplido su cometido:
destruir el sindicato. (Cfr. Winner 1987, 40-41)
1. La ciencia y la tecnología en los conflictos contemporáneos
Una de las características más destacadas de las sociedades contemporá-
neas es la importante presencia en ellas de la ciencia y la tecnología. Esta
creciente presencia social hace a estas últimas cada vez más relevantes para la
promoción de la paz en el sentido amplio que hemos introducido en el apartado
anterior. Ciertamente, la aspiración a una satisfacción generalizada, justa y
sostenible de las necesidades humanas (o, dicho de otro modo, a un desarrollo
deseable y accesible para todos los seres humanos actuales y futuros) necesita
de la aplicación constante de los conocimientos elaborados por las distintas
culturas humanas a lo largo de la historia, de nuevas indagaciones científicas y
de nuevos procedimientos para transformar la realidad mediante tecnologías
más adecuadas. Ahora bien, también es verdad que la ciencia y la tecnología
actúan con frecuencia como factores que aceleran procesos violentos. No sólo
porque, como es habitual señalar, la ciencia y la tecnología contemporáneas
han hecho posible el diseño y construcción de armas cada vez más destructivas;
también porque frecuentemente aparecen implicadas de forma destacada
en procesos que generan un grave deterioro ambiental y el agravamiento de las
desigualdades entre los habitantes del Planeta. Algunos conflictos con gran
relevancia social son, por ejemplo, los siguientes:
– Conflictos relacionados con la satisfacción desigual e insuficiente de
necesidades básicas: alimentación, agua potable, energía, vivienda, salud,
educación...
– Apropiación privada y desigual de diversas fuentes de riqueza (incluido
el conocimiento científico-tecnológico).
– Investigación y desarrollo de armamento nuclear, químico y otras armas
de destrucción masiva.
– Mundialización de los sistemas económicos, con la consolidación de
empresas transnacionales crecientemente poderosas.
– Consecuencias sociales (p. ej., repercusiones sobre el empleo y las condiciones
de trabajo) y ambientales de diversas tecnologías, como las
informáticas, de la comunicación o las biotecnológicas.
Es fácil darse cuenta de que en todos estos conflictos contemporáneos la
ciencia y la tecnología juegan un importante papel y que en algunos casos
llegan a contarse entre sus principales factores causales. Así pues, nos intere-
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
124 125
sociedad ejerza algún grado de influencia sobre la construcción de la ciencia
y, más claramente aún, de las tecnologías; de modo que, aunque reconozcamos
la importancia de los efectos sociales de las tecnologías, no debería
olvidarse que se trata de tecnologías socialmente construidas y que, por tanto,
habría cierto margen para modificarlas socialmente y, con ellas, sus efectos
sociales.
Otra forma de entender las relaciones de la ciencia y la tecnología con la
sociedad concibe a las primeras como instrumentos neutrales en manos de la
segunda. El punto de partida de esta posición es la constatación de una
obviedad: el conocimiento científico y las innovaciones tecnológicas pueden
usarse, en general, tanto para el bien como para el mal. Los defensores de este
punto de vista suelen aducir en su apoyo una socorrida analogía: del mismo
modo que un cuchillo puede utilizarse para cortar pan o para asesinar a un
congénere, también las modernas tecnologías pueden servir tanto a finalidades
sublimes como a objetivos mezquinos. Así que, cuando se da el segundo
caso, no deberíamos dirigir nuestro dedo acusador ni contra la tecnología ni
contra los científicos, ingenieros o tecnólogos que la desarrollaron, sino contra
quienes hacen de ella un uso inadecuado. Ahora bien, lo que es una
afirmación de perogrullo con respecto a la ciencia y la tecnología en general
resulta completamente inadecuada cuando pasamos a referirnos a cada episodio
de investigación científica o de innovación tecnológica. Pues resulta frecuente
que la práctica científica o las tecnologías no sean tan neutrales como
un cuchillo. Esta situación es especialmente fácil de constatar si pensamos en
la mayoría de las tecnologías más sofisticadas que se han desarrollado en las
últimas décadas con ayuda de la ciencia más avanzada. A diferencia de un
cuchillo, esas tecnologías están diseñadas para usos muy específicos y dejan
al usuario, habitualmente, escaso margen a la hora de decidir cómo las utiliza.
Así, parece difícil imaginar que las bombas atómicas, los misiles de largo
alcance y la mayoría de los ingenios militares desarrollados en la actualidad
puedan utilizarse para fines diferentes de aquellos para los cuales fueron
diseñados. Tampoco es de esperar que una planta modificada genéticamente
para hacerla más resistente a un determinado herbicida pueda producir rendimientos
adecuados utilizando técnicas de cultivo diferentes a las recomendadas
por el vendedor de la semilla (quizás también fabricante del herbicida).
Finalmente, tampoco parece adecuado decir que las tecnologías sean neutrales
con respecto a la cultura en la que se han de utilizar; piénsese, por ejemplo,
en las dificultades con que se han topado, en ocasiones, los intentos de
organización social; también aparece reflejada dicha creencia en ciertos
exponentes de géneros literarios como la ciencia ficción (recuérdense, por ejemplo,
algunas de las novelas pioneras de Julio Verne). Textos como éstos
reflejan una concepción determinista (y, además, optimista) de las relaciones
entre la tecnociencia y la sociedad: la tecnología moderna, resultado de la
aplicación de los nuevos descubrimientos científicos, es el factor determinante
del bienestar y el progreso social; dado que cabe esperar un continuado
progreso en los conocimientos científico-tecnológicos, no habría por qué
dudar de la constante mejora de las condiciones de vida para los seres humanos.
Ahora bien, también cabe una versión pesimista del determinismo tecnológico
(presente en autores como M. Heidegger y J. Ellul). De acuerdo con
ésta, las tecnologías tendrían inevitablemente efectos perniciosos sobre la
vida social.
Hay, sin embargo, buenas razones para rechazar ese determinismo tecnológico
en sus dos variantes, optimista y pesimista. En primer lugar, aunque
resultaría disparatado poner en duda la influencia creciente de las tecnologías
en la configuración de las sociedades contemporáneas, parece exagerado
atribuirle el papel monocausal que el determinismo tecnológico tiende a asignarle.
En segundo lugar, numerosos estudios avalan la posibilidad de que la
POSIBILIDADES DE ADAPTAR LAS TECNOLOGÍAS A
LAS NECESIDADES SOCIALES:
TECNOLOGÍAS Y DISCAPACITADOS
Reconocer las dimensiones políticas de las tecnologías no significa que haya que sospechar
siempre de conspiraciones conscientes o intenciones maliciosas. Durante la década de los 70,
el movimiento organizado de los discapacitados en EE.UU. llamó la atención sobre las
innumerables maneras en que las máquinas, herramientas y estructuras de uso común
(edificios, aceras, autobuses, etc.) imposibilitaban que muchos discapacitados se movieran con
libertad. Esto significaba, en gran medida, su exclusión de la vida pública. Pero éste era un
caso más bien de negligencia que de mala intención. Desde entonces toda una gama de
artefactos y espacios han sido rediseñados y reconstruidos para atender a las necesidades de
esta minoría, aunque sigue habiendo enormes déficits. (Cfr. Winner, 1987, 41-42)
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
126 127
tar y cultural entre países y entre distintos colectivos humanos. En este
contexto, la pregunta importante es: a medida que diseñamos y hacemos
funcionar las cosas ¿qué clase de mundo estamos construyendo?; ¿vamos a
promover el desarrollo de las potencialidades humanas deseables o las vamos
a obstaculizar? Hasta ahora, las decisiones relativas a procesos y productos
tecnológicos están siendo tomadas, en su mayor parte, por unos pocos (políticos,
empresarios, científicos y tecnólogos,...), pero las consecuencias de estas
decisiones nos afectan severamente a todos; por ello, es necesario plantear la
conveniencia de que estas decisiones sean tomadas por el conjunto de la
sociedad.
3. La construcción social de la ciencia y la tecnología
En el apartado anterior hemos defendido que no es correcto afirmar ni la
bondad ni la maldad intrínseca de todas las tecnologías, pero tampoco defender
la neutralidad de cada una de ellas. Es posible y necesario evaluar cada
tecnología y sus efectos, sin dejarnos arrastrar por una actitud acríticamente
optimista ni pesimista. Además, esa evaluación es imprescindible, dado que,
como también hemos señalado en el apartado anterior, los efectos de las
tecnologías sobre los individuos y las sociedades son de enorme y creciente
importancia.
Aunque podría pensarse que las únicas opciones que les caben a los grupos
sociales frente a cada innovación tecnológica son su rechazo o aceptación tal
cual, en numerosas ocasiones quisiéramos poder disfrutar de las ventajas de
una tecnología aunque no nos gusten algunas de sus consecuencias. ¿Ha de
reducirse nuestro margen de elección con respecto a las tecnologías a una
respuesta del tipo «lo tomas o lo dejas»? ¿Tenemos que optar, por ejemplo,
entre sufrir los automóviles tal y como son, con sus efectos ambientales y
sociales (como los numerosos accidentes de tráfico), o trasladarnos de un
lugar a otro a lomos de caballerías? La situación sería ésa si creyéramos que la
evolución de las tecnologías obedece a una especie de lógica puramente interna,
de modo que las tecnologías serían lo que son inevitablemente, con independencia
de las preferencias sociales (ésta sería la visión lineal del cambio
tecnológico, emparentada con una visión determinista de las tecnologías) [V.
Fig. 14a]. Sin embargo, numerosos estudios contemporáneos ponen de manifiesto
que en cada momento de la evolución de una tecnología existen diverexportar
al llamado Tercer Mundo procedimientos de control de la natalidad con éxito en países occidentales. Así pues, muchas tecnologías no son meros instrumentos para cualesquiera fines, sino que llevan implícitas opciones acerca de objetivos y prioridades; en ocasiones, dejan traslucir opciones morales o políticas. Langdon Winner ha expresado este carácter no meramente «instrumental» de la tecnociencia al afirmar, utilizando una expresión de L. Wittgenstein, que las tecnologías son formas de vida. Las consecuencias sociales de la introduc- ción de nuevas tecnologías van habitualmente, pues, mucho más allá de la introducción de un nuevo artefacto que nos permitiría hacer más eficazmente lo mismo que ya hacíamos anteriormente. Con frecuencia, la propia actividad y, con ella, nuestra vida resultan modificadas en aspectos importantes. En efecto, diversas innovaciones modifican nuestra forma de trabajar, de comu- nicarnos, de interaccionar con el medio natural, de comer, de entretenernos, de participar políticamente, de informarnos, de educarnos, de ver la realidad natural y la social; influyen en el reparto del poder político, económico, mili- UNA ILUSTRACIÓN DE LA NO-NEUTRALIDAD DE LA CIENCIA: ELABORACIÓN Y USOS DE LOS TESTS DE INTELIGENCIA Numerosos psicólogos han defendido la posibilidad de medir la inteligencia mediante unos tests que permitirían establecer el llamado cociente intelectual (C.I.) de un individuo (esto es, el cociente entre su edad mental y su edad cronológica). La pretensión era disponer de un procedimiento objetivo para cuantificar la inteligencia de cualquier persona, con independencia de su cultura, clase social, género, etc. Sin embargo, desde el principio pareció difícil evitar que la elaboración de los tests reflejara el contexto en que eran elaborados. De hecho, los primeros tests de inteligencia recogían principalmente cuestiones comunes a las escuelas norte- americanas de principios de siglo. No es extraño que cuando el psicólogo H.H. Goddard pasó en 1914 un test de inteligencia a los inmigrantes llegados a la Isla de Ellis llegara a la conclusión de que el 79% de los italianos, el 83% de los judíos y el 87% de los rusos eran débiles mentales. Sobre esta base científica, las autoridades de inmigración dispusieron de un eficaz criterio adicional para limitar la entrada de emigrantes europeos en EE.UU. (Cfr. López Cerezo y Luján, 1989)
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
128 129
sas posibilidades para su modificación, y que son las opciones de los grupos
sociales con capacidad de influencia las que determinan que se impongan
finalmente unas u otras [V. Fig. 14b]. Esta constatación tiene una importante
consecuencia: si es posible construir socialmente las tecnologías, dentro de
ciertos límites, el debate social podría ir más allá del mero juicio acerca de si
queremos automóviles, ordenadores o frigoríficos para pasar a discutir cómo
queremos que sean los automóviles, los ordenadores, los frigoríficos y, en
general, las tecnologías, y en qué condiciones estamos dispuestos a (y hasta
deseosos de) convivir con ellas.
Fig. 14b. Construcción social de las tecnologías
Fig. 14a. La imagen lineal
Resulta difícilmente discutible el hecho de que las tecnologías son, en
alguna medida, una construcción social. El que también lo sea el conocimiento
científico, como han defendido diversas escuelas de sociólogos constructivistas,
es una tesis que ha suscitado bastante más polémica. No vamos a detenernos
en este complejo debate teórico, pero sí señalaremos que hay, al menos, un
modesto sentido en el que parece poco problemático sostener que también la
ciencia es resultado de elecciones sociales. La cuestión resulta tan sencilla
como lo siguiente: es de esperar que una comunidad científica acabe sabiendo
mucho más acerca de aquellos temas a los que la sociedad asigna muchos
investigadores y dinero que acerca de aquellos que reciben menor atención.
Así, se da frecuentemente el caso de que se asignan muchos menos fondos a
investigar enfermedades con enorme incidencia en países del Tercer Mundo, que
a enfermedades relativamente minoritarias, pero propias de países ricos. En
esas circunstancias, no es sorprendente que se acabe conociendo mejor las
segundas y que sus perspectivas de curación aumenten más rápidamente que
en el primer caso. Tampoco resulta sorprendente que estén más avanzados los
conocimientos sobre energía nuclear que sobre fuentes alternativas, dadas las
diferencias entre las cifras invertidas en investigar acerca de cada una de ellas.
De este modo, la sociedad (o más bien, los parlamentos y los gobiernos, pero
también las grandes empresas y los lobbies financieros) influye poderosamente
en la construcción de la ciencia al elegir unas prioridades en investigación y
desarrollo (I+D), unas prioridades que se concretan en el modo como se
asignan los recursos a las distintas líneas de investigación.
LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LOS ARTEFACTOS:
LOS PUENTES SOBRE LOS PASEOS DE LONG ISLAND
Muchos de los puentes sobre los paseos de Long Island, en Nueva York, son extraordinariamente
bajos, apenas tres metros de altura. Fueron diseñados y construidos así por Robert
Moses, planificador urbano de Nueva York desde 1920 hasta 1970, para desalentar la
presencia de autobuses en los paseos. De esta forma, los blancos de clases «alta» y «media
acomodada», poseedores de automóviles, podrían utilizar libremente los paseos con sus vehículos;
en cambio, la gente pobre y los negros, generalmente obligados a utilizar el transporte
público, eran alejados de esos paseos debido a que los autobuses, de cuatro metros de alto, no
podían pasar por debajo de dichos puentes. (Cfr. Winner, 1987, 39-40)
En la imagen lineal (determinista) del cambio tecnológico, cada
innovación sucede necesariamente a las anteriores
I
I I
I
I
I
I
I
I
I
I
I
I
La imagen arb rea refleja la construcci n social de las tecnolog as: de la
multitud de innovaciones posibles en cada momento, s lo algunas se
aplican (en gris) y un nœmero aœn menor (en negro) son finalmente
aceptadas, proporcionando el punto de partida para sucesivas
innovaciones
I,I... I,I... I,I... I,I...
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
130 131
Ahora bien: ¿qué tipo de consecuencias del proceso científico-tecnológico
deben considerarse aceptables y cuáles deben rechazarse? Si bien es verdad
que las respuestas a esta pregunta pueden variar legítimamente de unos grupos
sociales a otros, y hasta de individuo a individuo, creemos razonable limitar el
abanico de las respuestas posibles con una restricción flexible pero importante:
nuestro criterio es que deben promoverse aquellos diseños tecnológicos
que favorezcan la paz en el amplio sentido introducido al principio (esto es,
que favorezcan la satisfacción de las necesidades humanas con criterios de
equidad, universalidad y sostenibilidad ambiental) y que debe impedirse la
asignación de recursos al desarrollo de tecnologías que, de una forma u otra,
contribuyan a la extensión de la violencia en sus distintas formas. Este criterio
no es exclusivo; por ejemplo, podemos considerar legítimas líneas de investigación
científicas que busquen la profundización del conocimiento por el conocimiento
en campos sin aparente conexión con la satisfacción de necesidades,
a condición de que tampoco tengamos constancia de su conexión con la generación
de violencia. Pero en muchos casos, especialmente en lo que respecta a
la ciencia más aplicada y al desarrollo de nuevas tecnologías, el criterio de
promover la paz y reducir la violencia proporciona, creemos, un principio
normativo que, aunque flexible y bastante genérico, impone serias restricciones
a lo admisible en la política científico-tecnológica.
4. ¿Quién decide?
La sociedad tiene, pues, una notable influencia sobre la construcción de
las tecnologías y también (al menos en el sentido especificado) sobre la construcción
del conocimiento científico. [V. Fig. 15]. La importancia de esta
afirmación aumenta si recordamos algo señalado más arriba: las importantes
consecuencias sociales y ambientales de la tecnociencia contemporánea. Si
combinamos las dos tesis llegamos a la siguiente conclusión: los efectos de la
tecnociencia sobre la sociedad podrían ser diferentes si la primera fuera construida
de forma diferente por la segunda. De ahí la necesidad de que las
sociedades contemporáneas:
a) Estudien las consecuencias de diverso tipo (sobre el medio ambiente,
sobre el empleo, sobre la salud y la seguridad, sobre las relaciones
económicas y políticas, etc.) que tiene una determinada tecnología.
b) Conozcan las posibilidades de producir cambios en esas consecuencias
mediante la sustitución de una tecnología por otra alternativa o mediante
la introducción de modificaciones en el diseño de aquélla.
c) Evalúen a la luz de lo anterior cada nueva tecnología e influyan democráticamente
en su diseño, de forma que se maximicen las consecuencias
benignas y se minimicen las indeseables.
Fig. 15. Interacción entre Tecnología y Sociedad
SOCIEDAD TECNOLOG˝A
transforma
construye
PRIORIDADES EN INVESTIGACIÓN SOBRE
FUENTES DE ENERGÍA
Según la OCDE, en el decenio 1981-1990, los presupuestos de investigación en energía de
todos los países miembros de la Agencia Internacional de la Energía se distribuyeron del
modo siguiente:
– Un 9,5% para energía solar
– Un 7% para ahorro energético
– Un 16,8% para combustibles fósiles
– Un 66,5% para energía nuclear.
(Sempere y Riechmann, 2000, 44)
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
132 133
mente asignadas en los presupuestos a I+D militar. Esas cifras no aparecen
consignadas como tales en ningún lugar de los presupuestos. Sólo es fácilmente
identificable el presupuesto para I+D del Ministerio de Defensa; sin embargo
el Ministerio que más invierte en investigación militar es del de Industria.
Es necesaria una labor «detectivesca» como la emprendida por la Cátedra
UNESCO y la Fundació per la Pau para hacerse una idea del gasto español en
I+D militar. Pues bien, cuando los ciudadanos no tienen un acceso fácil a una
información que, sin duda, les concierne y cuando apenas se les permite pronunciarse
ni influir sobre las prioridades en la asignación de recursos para la
investigación, cuando apenas hay consciencia de estas temáticas, podemos
hablar de un importante déficit democrático y de una forma preocupante de
violencia.
No basta, pues, con constatar que la configuración de la tecnociencia es,
en buena medida, resultado de decisiones sociales. El siguiente paso es preguntarnos
quién y cómo toma esas decisiones. Un análisis superficial pone de
manifiesto que, con mucha frecuencia, decisiones en materia de ciencia y
tecnología con importantes consecuencias sociales son tomadas por minorías
económicas y políticas sin el suficiente conocimiento ni control de los ciudadanos
potencialmente afectados por esas decisiones. Incluso los ciudadanos
de los estados más ricos y de las democracias más avanzadas tienen hoy día
escasa capacidad de influencia sobre las decisiones relativas a la política científico-tecnológica
de sus respectivos países. La situación es aún más grave si
pensamos en esa gran mayoría de ciudadanos que habitan aquellos países que
importan la tecnología de los países desarrollados. En este terreno, pues, como
en tantos otros, se impone la necesidad de una profundización y globalización de
la democracia, entendidas, respectivamente, en el sentido de la ampliación de
los ámbitos sujetos a procesos democráticos en la toma de decisiones y en el
de su generalización a escala mundial. En efecto, sólo una democracia ampliamente
participativa a escala planetaria (que exigiría, entre otras cosas, una
reforma radical de la ONU) podría evitar que las decisiones (en algunos casos,
errores) de unos pocos acaben pagándolos muchos y que las actuales desigualdades
entre países en lo tocante a capacidad científico-tecnológica continúen
acentuando la desigualdad económica entre ellos.
Ahora bien: ¿cómo podemos avanzar hacia esa profundización de la participación
democrática en la toma de decisiones sobre ciencia y tecnología? Esa
participación democrática debería mejorarse en, al menos, dos aspectos: en la
implicación de los ciudadanos en el establecimiento de las prioridades de la
A modo de ilustración de cómo puede operar este principio normativo,
consideremos los criterios utilizados por el Estado Español en la asignación
de fondos para investigación en los Presupuestos Generales. [V. XI. Ciencia,
tecnología y militarismo]. Utilizando el criterio de la promoción de la paz para
enjuiciar grosso modo la política española de I+D, habremos de concluir que
ésta debería modificarse, al incluir una partida desproporcionada para la investigación
con fines militares. Ahora bien, resultaría demasiado estrecho censurar
esos presupuestos en la medida en que a través de ellos puede favorecerse
la violencia directa. Sin restar importancia a este hecho, la concepción amplia
de la paz que mantenemos nos lleva a reparar en otras dos razones más para
considerar insatisfactorio ese peculiar reparto de los recursos. Por un lado,
dado que los recursos disponibles son limitados, el que el Estado destine tan
elevadas cantidades a la investigación militar significa una reducción de los
fondos disponibles para I+D favorecedora de paz (p.ej.: investigación para
mejorar la eficacia en el uso de fuentes renovables de energía; investigación
para la mejora de vacunas eficaces contra enfermedades como la malaria, etc.)
o para otros fines relacionados con una cultura de paz (creación de bibliotecas,
formación ocupacional, mejora de la calidad de la enseñanza, etc.). De
esta forma, los presupuestos para I+D se convertirían en una fuente de violencia
estructural. Por otro lado, otra crítica que provoca el estudio de la Cátedra
UNESCO sobre paz y derechos humanos de la Universidad Autónoma de
Barcelona y la Fundació per la Pau tiene que ver con la llamada violencia
cultural; pues uno de los aspectos más llamativos del informe es la dificultad
que para el ciudadano medio tendría averiguar cuáles son las cifras efectivaDOS
DATOS SOBRE PRIORIDADES DE INVESTIGACIÓN MÉDICA * Según la OMS (1999), sólo el 10% privilegiado de la población mundial se beneficia del 90% de los 60.000 millones de dólares que al año se gastan en investigación sanitaria pública y privada. * Las enfermedades tropicales son las responsables de 17 millones de muertes al año (32% del total de defunciones) pero la industria farmacéutica sólo destina el 1% de las medicinas que produce a tales enfermedades. (Sempere y Riechmann, 2000, 210)
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
134 135
Una propuesta que pretende hacer posible esa participación es la denominada
«Evaluación Constructiva de Tecnologías» (ECT), desarrollada fundamentalmente
en los Países Bajos y Dinamarca a partir de mediados de la
década de los 80.
La ECT intenta crear nuevos modos de diseñar tecnologías, de forma que
las consecuencias sociales y ambientales de las mismas sean exploradas y
anticipadas, a través de la participación de los diferentes grupos sociales afectados
(usuarios, empresarios, políticos, etc.) lo más tempranamente posible y
que ello pueda realimentar el propio proceso de diseño tecnológico para dar
lugar a tecnologías mejores desde el punto de vista social.
Se han propuesto diversos modelos de participación democrática en la
toma de decisiones, algunos de los cuales se han utilizado en las experiencias
de ECT. Entre ellos, vamos a presentar, brevemente, tres:
1. Conferencias de consenso. Un grupo de ciudadanos, no especialistas, elige
un grupo de apoyo (científicos, políticos, empresarios, representantes de
movimientos sociales, etc.) que les proporcionará información sobre el
tema debatido y responderán a las preguntas que aquéllos les formulen.
Al final, el grupo de ciudadanos emitirá un informe detallado y realizará
recomendaciones sobre la tecnología o cuestión considerada. Generalmente,
dicho informe recibe amplia difusión y por tanto, será un elemento
a tener en cuenta en el debate público sobre la temática en
cuestión. Se han celebrado varias en diversos países. En Noruega, la
conferencia que se celebró sobre ingeniería genética condujo a que el
gobierno prohibiese la producción agrícola genéticamente modificada.
2. Talleres de escenarios. En éstos los representantes de distintos intereses
reflexionan sobre los mejores medios de alcanzar determinados objetivos,
generalmente de gran envergadura, como, por ejemplo, la sostenibilidad
en un ámbito determinado.
3. Talleres de ciencias. Los talleres de ciencias (o «tiendas de ciencias») son
centros independientes basados, generalmente, en universidades o en
otras instituciones sin ánimo de lucro, que intentan responder a las
demandas de asesoramiento científico y tecnológico formuladas por la
comunidad donde están radicadas. Estas demandas, a veces, suponen
realizar investigación específica que responde a los intereses de dicha
comunidad. En Estados Unidos, estas iniciativas se denominan «Investigación
basada en la comunidad», Community Based Research.
investigación científico-tecnológica y en su influencia en el diseño de tecnologías
que respondan a esas prioridades socialmente deseables. No obstante,
creemos que hay un aspecto previo a los anteriores que conviene destacar y es
la necesidad de un cambio en la forma de tratar los riesgos asociados al
proceso científico-técnico, sin el cual perderían gran parte de su sentido los
avances obtenidos en los dos ámbitos referidos. Este cambio tiene que ver
con la conveniencia de conceder un papel central al denominado principio de
precaución.
Los procesos democráticos en la toma de decisiones sobre ciencia y
tecnología son un elemento clave. Son necesarias instituciones que permitan a
los ciudadanos participar tanto en la recogida de la información en la que
basar las decisiones como en las propias decisiones. Hay que garantizar que se
pueda conocer suficiente y adecuadamente pero, también, que se pueda participar,
realmente, en la toma de decisiones.
PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN
La idea central del principio de precaución es que «más vale prevenir que curar». Ante
procesos cuyas consecuencias para el medio ambiente y los seres humanos puedan ser graves,
mejor sería tratar de evitar que se produzcan dichas consecuencias que intervenir, a posteriori,
una vez que las mismas se han desencadenado; sobre todo, si estamos ante consecuencias
indeseables de gran magnitud e irreversibles. Incluso si no existe una prueba concluyente del
daño posible; basta con que exista incertidumbre científica con respecto a las posibles
consecuencias de una tecnología.
Este principio constituye un cambio con respecto al enfoque dominante en la toma de
decisiones sobre riesgos del proceso científico-técnico. En vez de dar por supuesto que una
substancia o actividad es segura mientras no se demuestre que es peligrosa, se atribuye la
responsabilidad de la demostración de la seguridad o inocuidad, así como de la necesidad de
la innovación y de la inexistencia de alternativas, a aquéllos que pretendan llevar a cabo
actividades potencialmente perjudiciales.
La aplicación del principio proporciona más tiempo para pensar lo que hacemos y evaluar
sus posibles consecuencias. Sin una ralentización del desarrollo tecnológico parece muy difícil
la reflexión sobre el papel de la tecnociencia en un orden social más deseable y la participación
en la configuración del mismo. (Cfr. Sempere y Riechmann, 2000, 320-324)
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
136 137
necesarios para no alarmarse innecesariamente ante lo desconocido. Ahora
bien, esa alfabetización puede ser, en un sentido, excesivamente exigente y, en
otro, claramente insuficiente. Puede ser demasiado exigente si lo que se espera
es que los ciudadanos tengan que adquirir un nivel de conocimientos cercano
al de los expertos para poder opinar en un proceso de evaluación de tecnologías.
Sin embargo, no es necesario que los legos se conviertan en expertos para
saber cuáles son sus propios intereses y prioridades, para percatarse de la
existencia de discrepancias y dudas entre los expertos o para entender lo
razonable de aplicar el principio de precaución cuando no se sabe con seguridad si
de la utilización de una tecnología se seguirán unas determinadas consecuencias
indeseables (aunque sí que, de seguirse, éstas serían graves).
5. Información y formación de los ciudadanos
Las iniciativas de participación democrática en la evaluación y la política
pública sobre ciencia y tecnología se enfrentan habitualmente a una objeción:
los ciudadanos, se dice, no están preparados para asumir esas decisiones.
Ahora bien, con esto se pueden querer decir dos cosas diferentes: o bien que
no lo están ni pueden estarlo, porque la comprensión de estas cuestiones sólo
estaría al alcance de unas élites intelectuales, o bien que les falta la formación
necesaria. Si todo lo que se quiere decir es esto segundo, podemos dar hasta
cierto punto la razón a los críticos de la democratización del proceso científico-tecnológico,
pero para añadir enseguida que la moraleja que debe extraerse,
en ese caso, no es la imposibilidad de que los ciudadanos participen en la
evaluación de la tecnología, sino la necesidad de su formación.
Pero en este punto surge un segundo debate acerca de cómo debe entenderse
esa formación de los ciudadanos. A menudo se habla de alfabetización
científica, que se identifica con la adquisición de los conocimientos científicos
EDUCACIÓN EN CIENCIA, TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD
Dentro del contexto de una mayor participación ciudadana en la toma de decisiones sobre
ciencia y tecnología, un paso positivo, aunque insuficiente, es la creación de la asignatura
Ciencia, tecnología y sociedad del nuevo Bachillerato, algunos de cuyos objetivos son los
siguientes:
– Comprender la influencia de la ciencia y de la técnica en la evolución de las sociedades,
así como los condicionamientos históricos y sociales en la creación científica y tecnológica.
– Analizar y valorar las repercusiones sociales, económicas, políticas y éticas de la
actividad científica y tecnológica.
– Adquirir una mayor conciencia de los problemas ligados al desarrollo desigual de los
pueblos de todo el mundo y adoptar una actitud responsable y solidaria con ellos.
– Analizar y evaluar críticamente la correspondencia entre las necesidades sociales y el
desarrollo científico y técnico, valorando la información y participación ciudadanas como
forma de ejercer un control democrático del mismo.
(BOE de 29 de Enero de 1993)
EL PAPEL DE LOS CIENTÍFICOS Y DE LOS TECNÓLOGOS
Un aspecto importante es el papel que pueden jugar los científicos y los tecnólogos con
compromiso social. Algunos de éstos se agrupan en organizaciones como la Red Internacional
de Ingenieros y Científicos para la Resposabilidad Global (INES, International Network
of Engineers and Scientists for Global Responsibility), la Unión de Cientí-
ficos Comprometidos (UCS, Union of Concerned Scientists) o el Movimiento Pugwash.
Entre los objetivos de estos grupos están promover un comportamiento más responsable
socialmente entre científicos y tecnólogos, llamar la atención sobre conflictos sociales en los que
están implicadas las ciencias y las tecnologías y promover unas ciencias y tecnologías que
contribuyan a la construcción de sociedades más justas, más sostenibles ambientalmente, más
pacíficas, en suma más deseables.
Pero, por otro lado, esa «alfabetización» de los ciudadanos resulta insuficiente,
pues no les capacita para participar como agentes maduros en la construcción
social de la ciencia y la tecnología. Una formación de los ciudadanos
que les permita intervenir en el proceso científico-tecnológico debe incluir,
ciertamente, información «técnica», suficiente como para comprender las problemáticas
a debate. Pero también debe incluir información acerca de sus
posibilidades para influir en el proceso científico-tecnológico, acerca de la
gravedad potencial de las consecuencias de decisiones equivocadas, acerca de
sus derechos como consumidores y usuarios de las tecnologías (p. ej., de su
PAZ MANUAL DE PAZ Y CONFLICTOS
138 139
RIECHMANN, Jorge y Tickner, Joel (coords.) El principio de precaución en medio ambiente
y salud pública: de las definiciones a la práctica. Barcelona, pp. 41-82.
WINNER, L. (1987) La ballena y el reactor. Una búsqueda de los límites en la era de la alta
tecnología. Barcelona.
Direcciones de interés
www.inesglobal.org (Red Internacional de Ingenieros y Científicos para la Responsabilidad
Global)
www.tu-darmstadt.de/ze/ianus/inesap (Grupo contra la proliferación de las armas
nucleares, INESAP)
www.math.yorku.ca/sfp (Science for Peace. Organización canadiense miembro de
INES)
www.pugwash.org (Movimiento PUGWASH)
www.healthnet.org/IPPNW/IPPNW.html (Médicos para la prevención de la guerra
nuclear)
www.noalainvestigacionmilitar.org (Campaña de objeción científica a la I+D militar)
www.loka.org (Instituto Loka)
www.ucsusa.org (Unión de Científicos Comprometidos (UCS, Union of Concerned
Scientists)
derecho a ser informados de las propiedades y riesgos de cada artículo de
consumo mediante un etiquetado exhaustivo), acerca de aquellas desigualdades
entre los seres humanos y aquellos riesgos ambientales que pueden acrecentarse
con una mala gestión social de las tecnologías. Evidentemente, esa
participación podría facilitarse más y fundamentarse mejor si la formación de
los científicos y tecnólogos incluyera el análisis de las relaciones entre la
ciencia, la tecnología y la sociedad.
La construcción social democrática de la tecnociencia es una de las tareas,
aunque una tarea cada vez más importante, en la configuración de un mundo
más justo y más solidario, de un desarrollo más sostenible, de unas sociedades
más democráticas; es requisito imprescindible para la satisfacción universal de
las necesidades humanas básicas y para la realización efectiva de los derechos
humanos. De ahí que quienes estén comprometidos con estos objetivos (que
pueden resumirse en el objetivo de la creación de condiciones de paz) no pueden
dejar de prestar atención a las formas de participación social en la configuración
del proceso científico-tecnológico, a los modos de fomentarla y a la
preparación de los ciudadanos para dicha participación. [V. XVII. Futuro, Seguridad
y Paz]
Bibliografía recomendada
COMMONER, B. (1992) En paz con el planeta, Barcelona.
GONZALEZ GARCIA, M.I. et al. (1996) Ciencia, tecnología y sociedad. Una introducción al
estudio social de la ciencia y la tecnología. Madrid.
LÓPEZ CEREZO, J.A., y LUJÁN LÓPEZ, J.L. (1989) El artefacto de la inteligencia.
Barcelona.
RIECHMANN, J. (2000) Un mundo vulnerable. Ensayos sobre ecología, ética y tecnociencia.
Madrid.
RODRÍGUEZ ALCÁZAR, F.J., MEDINA DOMÉNECH, R.M. y SÁNCHEZ
CAZORLA, J.A. (Eds.) (1997) Ciencia, tecnología y sociedad: Contribuciones para una
cultura de la paz. Granada.
SANMARTIN, J. et al. (Eds.) (1992) Estudios sobre sociedad y tecnología, Barcelona.
SEMPERE, J. y RIECHMANN, J. (2000) Sociología y medio ambiente. Madrid.
TEZANOS TORTAJADA, J.F. y LÓPEZ PELÁEZ, A.. (Eds.) (1997) Ciencia, tecnología
y sociedad. Madrid.
TICKNER, J. (2000) «Un mapa hacia la toma de decisiones precautoria», en
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